Ni comienzo ni final.
Ni arriba ni abajo.
Ni dentro ni fuera.
Ni antes ni después.
Puedes deambular, sin embargo,
en la eternidad ilusoria
dentro de ti mismo;
puedes vagar sin límite
en la constante metáfora
que un día y otro día y otro día,
donde no importan los días
ni los nombres.
Ese espacio sin lugar ninguno…,
o el tiempo sin retorno.
No imaginaron los dioses semejante excusa,
salvo como castigo,
sin espacio, sin piedad;
sin destino:
aquel fuego nos devora ahora.
Habíamos pensado que los mundos posibles
en la ficción amanecían y se ocultaban:
escribíamos, pintábamos,
sacábamos de la piedra figuras sólidas
aun sin aliento,
en la oscuridad de una sala, unánimes,
nos dejábamos engañar
por hermosos rostros que parecen
moverse a su antojo, aunque es mentira.
Incluso consentíamos que en el escenario
nos apasionaran los gemidos de Edipo,
ciego de ojos, ciego de mente,
ciego de destino,
hasta la claridad de su derrota.
Sin embargo…
Un día, otro día, otro día,
y otro día
el constante quehacer
alumbró de sí
la intensidad de lo que nunca será del todo
más que nosotros mismos.
Un paso más de nuestra conciencia
hacia ninguna meta
salvo ser humanos,
más humanos,
estrictamente humanos.
Ser lo que no somos.
Flor del futuro florecida
0001010010001011110010010101000111100101011
/search/regedit
HKEY_CURRENT_USER