Los clarinetes y los tambores
como lenguas metálicas, tan estridentes,
lagartos sinuosos del ruido,
una trompeta sola, acuchillando el frío
y una noche inmensa sobre las almas,
estoque de la negra calma
que marcaba el tambor como un profeta.
Y de los miles, apenas un rumor
apenas un gemido
o el cuchicheo inmediato de lo breve.
Silencio…, unos hombres cubiertos de risa
acompañaban silentes la cruz transida de frío;
el cura, grave, se frotaba las manos congeladas,
caminaban recogidos, cada cual en su ausencia:
la cruz flotaba sobre sus deseos,
y la noche tan oscura aturdida
y un perro que no se atrevía a cruzar la calle
y el frío intenso
y la sombra de la Clerecía
y el turista de la foto, un americano,
y un pensamiento sobre lo imposible.
Muy hermoso, gracias
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