El pensamiento, que nunca se detiene, no admite demoras. Ni la de esperar a que llegue otro, ni la de la amonestación prudente, ni siquiera el sueño. Cuando la faz sanguinaria de una idea alcanza el íntimo centro, allí la actividad se vuelve remolino y tornado, que arrastra tras de sí en impetuoso torrente la conciencia.
Pensamiento I
De mi poemario Recuerdos del Mañana, Bubok
El pensamiento suele acontecer inquieto y ansioso. El agua remansada, detenida, criadero de ranas verdes y espesas algas, de sedimento y limo, busca salida o se esparce en pereza. Los rayos de sol huyen presurosos de su superficie como de espejo o se hunden de donde ya jamás saldrán, si no transformados en ovas y lamas. El pensamiento brota en deseos.
Memoria
De mi poemario Recuerdos del Mañana, Bubok.
Si un día caminando, por ejemplo,
no recuerdas quién eres,
o tu nombre
o el mío,
y sientes el cuerpo frío como la piedra
o en obsesión ensimismado
o ausente en su coraza,
y sientes el alma herida como por la ausencia
o demediada en la angustia
o pálida por los presentimientos…
detente, sólo detente,
en medio de la gente, del tráfico, del ruido,
la piel atenta al roce de la memoria,
al suave aroma de las caricias
que dibujaste en mi pecho,
que yo tracé en el tuyo
guiados por la pasión, la vida, ¡ah, la vida!
Escucha el rumor de mis labios,
saborea mi lengua con la ansiedad del deseo,
mírame presente frente a ti.
Quizá así un vuelo de recuerdos
asaltará tu memoria,
repondrá tu identidad,
o tu nombre
o el mío.
Destinos
De mi poemario Recuerdos del Mañana, Bubok.
Una caterva de hombres con sus destinos a cuestas
asomaban por entre los resquicios del silencio,
cada cual más pesaroso; algunos tras de sí miraban, ausentes;
otros, más afanosos, recordaban el mañana inquietos.
Cada rostro se dibuja
en algún perfil del mundo,
cada rostro inquieto busca
el otro que lo defina.
Desierto II
De mi poemario Recuerdos del Mañana, Bubok.
En el desierto, dicen, las arenas queman más que los recuerdos
y el aire de fuego abrasa con sola su mirada, ajeno al mundo.
Un tropel de dunas de hojalata camina ciegamente
dicen que hasta alcanzar el centro preciso del horizonte mudo
En la conciencia se guardan
febriles trinos del breve
pájaro de la memoria, siempre inquieto, siempre en fuga.
Tus ojos
De mi poemario Recuerdos del Mañana, Bubok.
En tus ojos el cielo gris,
como tus ojos,
o que, reflejo del cielo,
tus ojos en sí lo vivifican.
Miro tus ojos
y veo el cielo
gris
y más allá de tus ojos,
como más allá del cielo:
enclaustrado el infinito
que se asoma
a tus ojos,
grises como el cielo.
Archivado bajo Uncategorized
Desierto
De mi poemario Recuerdos del mañana, Bubok.
En el desierto, dicen, los días y las noches se confunden,
las sombras se transforman en figuras que deambulan ciegas,
sugieren las figuras la presencia de sueños antiguos,
dicen que son espejos de mundos que flotan sobre el agua
Flotan tantas sensaciones
al través del tamiz breve
de la memoria cernidas
como ojos presurosos…
11.25
De mi libro Recuerdos del mañana, Bubok.
Hombres y mujeres, paisaje inquieto,
giran sin pausa, unos, otros, unos, otros
constantemente. Les veo caminar
y parecen los mismos, de distintos colores,
melancolía del espacio y el sentimiento.
como de azúcar o de escarcha,
como de la piel del melocotón,
y sé que, por dentro, late en ellos
ese sentimiento que nace de la angustia:
el que sombrea la faz de las cosas,
el que lleva en su entraña la semilla
de donde nacen la pregunta y el deseo.
Hablo con ellos, sus palabras dibujan
ideas y caricias, fantasías, cielos desusados,
otros nombres, la claridad de otros amaneceres,
el crepúsculo en que, recogido, soñó
con la quietud de la noche como una amiga,
bajel silencioso en busca de recuerdos.
Luego que se resuelven en pasos,
un lobo con las fauces abiertas acecha sus movimientos,
con ese sigilo…, con la feroz mirada prendida
en sus aconteceres o en el roce del billete
en la máquina ubicua, presente siempre, siempre quieta,
la boca intransigente de la tierra oculta.
Y siempre el ruido…
Sobre la faz del ruido nuestro propio sonido,
sobre el ruido que no surge de la tierra
ni del cielo, solo que está allí, informe,
impremeditado, continuo, perpetuo en su intensidad.
Y nosotros por dentro de él, como una madre,
envueltos en su espeso vaho de roja inconsciencia;
caminamos a su través furtivos y silenciosos,
sumergidos en su seno huero de mar ausente,
sombrío de olas sin retorno, en sí mismas resueltas
y acabadas. Ni un llanto se oiría.
Reposa en cada esquina y recoge los lamentos,
se alimenta de sí y de nosotros,
su rostro carnívoro de planta insomne
advierte los pies cansados, las manos cansadas,
las almas cansadas, los exhaustos corazones,
y ríe, risa de hiena, feroz como un humano.
Unos caminan deprisa, sin mirar por donde pasan,
ausente su inquietud hacia el futuro:
hay quienes no se reconocen a sí mismos
salvo en el frenético ritmo del presente,
Ansían las horas, el momento, el segundo,
mezquinos esquiladores de tiempo,
allí se someten infecundos a su rostro congestionado
mientras la risa sube en círculos voraces hasta el centro
del aire o de las nubes que huyen enardecidas.
En el corazón del aire la levedad, la inconstancia.
Se recogen palabras, las palabras, lamentos,
la risa también, algunas risas, o los halagos.
Alrededor de las columnas, de las larguísimas paredes,
de los cristales que entornan el aire
y enclaustran el mundo, limitan en su transparencia
la sed de horizonte que nutren estas prisas tan ajenas
a sí mismas y al clamor que recorre los túneles sombríos.
Unos grillos metálicos acompasan su oscura melodía
al quehacer intenso de los taxistas
y marcan la cadencia con afán de funcionarios:
un, dos, tres: una ola; un dos tres: una ola,
siempre más, siempre nuevos, distintos pasos.
En la misma calle, las personas son pasos fugitivos,
saludos fugaces, breves miradas,
rumores de hojas secas arrastradas por el viento.
Biográfica
De mi libro Recuerdos del mañana, Bubok.
Transeúnte.
En transeúnte me intuyo.
He pasado cabe la faz de las cosas
sin detenerme apenas.
Apenas presté atención
o al silencio donde yace la tristeza
o al balbuceo de los niños
o a la roca en que reposa el aire marino.
Caminaba enardecido por el vigor de mis pasos
¡pobres pasos míos!
En ojos extranjeros busqué esperanzas,
donde la piel se pliega
el calor de lo humano.
Nunca temí nada, nunca deseé nada, nunca odié a nadie…
Yo, sin arrepentimiento ni rencor,
me recuerdo a mí mismo: fantasmagoría,
cauce seco,
pétalo marchito entre las hojas amarillentas del pasado.
Pero sin ser he sido,
no quiero mentir:
también amé, escuché, sazoné la comida con risas,
me desperté en brazos de una mujer, en un bar vacío,
vagué por los jardines de París, dormí en el metro de Londres,
vi cómo moría un hombre, vi cómo nacía un niño,
pero sin ser he sido.
De las cosas esenciales
sólo tengo recuerdos del mañana.